Desde la antigüedad las pelucas se han utilizado para resaltar o cubrir aspectos de la humanidad que siguen muy vigentes. El reflejar clase, belleza, dignidad o fortaleza y el esconder la personalidad, las enfermedades y la calvicie es lo que ha acompañado el uso del cabello postizo en las distintas épocas. Su uso hoy se ha restringido más a cubrir los casos severos de alopecia, las secuelas de los tratamientos agresivos como las quimioterapias, la identidad en la prostitución y en los shows de bailarinas o travestidos y para la actuación, la música, la comedia o las fiestas de disfraces. Se ha perdido un poco la clase, el glamour en la utilización de las pelucas como extensión de la belleza, pero siguen estando muy presentes en la vida cotidiana.
En Egipto, el “tocado” de la reina incluía la peluca de lino negro, formada por mechas en espiral o trenzas muy finas que daban a la reina una extensión de su propia belleza, de su dignidad y magnificencia. Sobre todo en la decimoctava dinastía (1490-1468 a.C.), las pelucas hechas con cabello natural y los vestidos de tirantes fueron las constantes en la vestimenta de las reinas, las que nutrieron a la cultura egipcia y ayudaron a llevarla a su máximo esplendor. Caso especial en este período de la civilización faraónica fue Hatshepsut (que significa la principal dama de la nobleza), la mujer que más tiempo estuvo en el trono como reina-faraón. Hastshepsut fue descendiente de faraones, hija de Tutmosis I, su ascensión al trono estuvo llena de complicaciones hasta que dio el golpe de estado que revolucionó la sociedad tradicionalista egipcia. Construyo muchos monumentos a los dioses, salió airosa de muchas batallas a pesar de su poca experiencia militar y estabilizó la política social.
Los pueblos asirios y fenicios solían utilizar cabello postizo junto con el habitual mantón, hecho de tejidos con colores vivos. Para los militares eran cortas, y largas para los soberanos y las mujeres. En Grecia también se usaban sobre todo en las representaciones de teatro, en las fiestas dionisíacas, donde los papeles de las mujeres eran actuados por hombres, no había actrices como en el antiguo teatro japonés. Vestidos con máscaras, a las que se les agregaba una peluca con cabellos rubios generalmente en la parte superior, y ropas suntuosas, actuaban todo tipo de papeles surgidos de la mitología. Se representaban comedias y había una competencia de tragedias donde el ganador era laureado. Estas máscaras hechas de lino o corcho con pelucas no sólo eran utilizadas en el teatro, también estaban presentes en los banquetes, en los entierros y en algunas ceremonias religiosas.
En la época romana cambio un poco el propósito del uso de las pelucas. Ya no sólo las utilizaban las mujeres, las reinas o los actores, sino también los hombres en las distintas celebraciones. Incluso se volvió común el uso de pelucas por parte de algunos emperadores en las distintas fiestas que se celebraban, o para cuando se escapaban a la ciudad y no querían ser reconocidos. Hacia el año 480 a.C. los hombres y mujeres llevaban pelucas (capillamentum), exportadas de otras regiones, sobre todo de color rubio junto con las tradicionales túnicas. La prostitución en Roma llegó a ser considerada como un bien social, y el uso de pelucas se volvió común para las prostitutas, en especial para reinas como Mesalina que disfrutaban de hacerse pasar por una de ellas en los lupanares. Su uso se extendió por todo el imperio hasta que la iglesia, alrededor del siglo VIII, prohibió su uso ya que las consideraban una manifestación pagana.